A
las que cuando seguimos viviendo, a las que somos, a las que estamos obligadas
por principios, por haber sobrevivido a cientos de escaramuzas, siempre nos
espera una nueva refriega, un nuevo enfrentamiento, en un ya conocido campo de
batalla. Es éste siempre nuestro cuerpo, nuestro entorno y nuestro propio ser.
Las que somos hemos aprendido a no temblar ante la ira de lo masculino
dominante; no temblamos ya ante los hijos sanos del patriarcado; sabemos que
ése es nuestro triunfo, la resistencia. Los miramos a los ojos y les decimos,
una y otra vez, con palabras no pronunciadas: " no me vas a doblegar; no
me vas a ver mover ni una pestaña". Nos baña su ira, impregnándonos de un
dolor antiguo y corrosivo; reminiscencia no olvidada de otras que como nosotras
sobrevivieron a la hoguera. Y late fuertemente la conciencia de que la que ama
su alma no doblegada va a tener que luchar, a veces a muerte, a veces a primera
sangre, pero siempre hasta la última consecuencia, por ella.
El
bosque está lleno de monstruos, pero las que somos caminamos con la pestaña del
lobo*, escondida en nuestros pliegues; encontrando en ella la fortaleza para
resistir en pie frente al pelotón de fusilamiento, ante el asesino difuso**,
ante el juicio popular, ante la Santa Inquisición, con la cabeza erguida y la
mirada orgullosa.
Será
la vida la que se cobre nuestras deudas pero no haremos concesiones. No
cederemos ante la humillación, ante el dominio, ni ante el abuso de poder. Y
miraremos de nuevo, frente a frente, a la mediocridad y sobreviviremos a la ira
del que ha perdido su lugar en el mundo y porque no es nuestro el reino***,
aceptaremos el exilio; surcando desiertos, plantando semillas de revuelta,
mientras en nosotras quede un aliento de vida, aún cuando entre nosotras y yo
misma no exista ni una sola palabra de consuelo.
Las
supervivientes tienen el mayor campo de batalla en su yo, en su propia vida.
Sin
concesiones, sin entrega de armas, sabemos construir nuestro hogar con las
piedras que nos son lanzadas, nuestras corazas transparentes con las palabras
escupidas por los que en un último estertor sólo poseen veneno para mantener un
status quo que se cae a pedazos irremisiblemente.
Y
quién sabe si en medio de esta lucha diaria encontraremos a quienes todavía
resisten y quieran resistir con nosotras.
Porque
como dijo el poeta, al fin y al cabo, "sólo soy mi libertad y mis
palabras"****.
______________________
*
Mujeres que corren con lobos. Clarissa Piknola Estés.
**
Martín Hache. Adolfo Aristaráin.
***
Noventa y nueve poemas. José Angel Valente.
****
La promoción poética de los 50. José Manuel Caballero Bonald.
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