domingo, 18 de febrero de 2018

Orfandad



Una puede quedarse huérfana tantas veces como ame lo que está fuera de ella.

Puede quedarse huérfana cuando un atardecer ya no la conmueva, cuando una canción deje de provocarle emociones  o cuando un cuadro ya no le transmita nada.

La orfandad es la muerte ajena que nos deja desnudas, en pie, tiritando sobre la piel del mundo.  

Ser huérfana es la certeza de que te espera el desierto y de que sólo posees las patas de un lobo para atravesarlo, con la incertidumbre de si al otro lado de las inmensas dunas de arena rubia encontrarás un oasis o el cauce de un río seco.

Es también saber que al armazón de huesos y pellejo no puede permitirse la agonía o un sencillo estertor.

La orfandad es recoger lo que quede y seguir andando, aprender que no se puede vivir eternamente agarrada a la cola del viento. 


Es mirar el mundo con ojos ciegos.


Ahí las cotas de malla no sirven, tampoco los colores brillantes; por no servir no sirven ni siquiera los lobos que se beben tus lágrimas, porque el desierto es sed y las lágrimas siempre siempre saben a sal.