Ahora que ha
caído el manto de la noche sobre los valles que un día me cobijaron puedo tirar
mi vida por el desagüe.
Mis pupilas
como carboncillos encendidos dan una imagen salvaje y salvífica de mi misma.
Resistencia al
tiempo robándole segundos a la vida. Miles de cuartos de baño sin espejo pero
con cristal me ayudan a perpetuar la costra insípida de mi perra paranoia.
Los rostros,
como un mal sueño que no acaba, se repiten; los rasgos se hacen nítidos poco a
poco hasta que sus ojos se clavan en tu piel casi llegando a tu alma.
Estar de tripi
en una orgía sin término.
(…)
Escribiría las
noches que he pasado contigo galopando por mis venas, lo describiría todo, las
oleadas de placer recorriéndome de pies a cabeza, los olores intensos de
paraísos perdidos en los que todos los que entran acaban poniendo sus rutinas
en juego.
Mis dedos
amarillentos sostienen la canuta que encoge mis angustias.
Los
compromisos, las angustias y los deseos también se quedan fuera.
Poder anárquico el de los vicios.
Deseos de que
los dedos se vuelvan duros y rígidos al contacto de tus teclas; la obsesión
propia de quién se ve y se quiere rebelado contra la propia escena del
carromato lleno de cabras malolientes que alguien lleva al mercado como un gran
tesoro.
No son
culpables los que no conocen el olor a rosas de adorar el del estiércol.
Diario de una
Suicida