miércoles, 25 de enero de 2012

Canuta


              Ahora que ha caído el manto de la noche sobre los valles que un día me cobijaron puedo tirar mi vida por el desagüe.

                 Mis pupilas como carboncillos encendidos dan una imagen salvaje y salvífica de mi misma.

               Resistencia al tiempo robándole segundos a la vida. Miles de cuartos de baño sin espejo pero con cristal me ayudan a perpetuar la costra insípida de mi perra paranoia.

               Los rostros, como un mal sueño que no acaba, se repiten; los rasgos se hacen nítidos poco a poco hasta que sus ojos se clavan en tu piel casi llegando a tu alma.
Estar de tripi en una orgía sin término.
                                        (…)

Escribiría las noches que he pasado contigo galopando por mis venas, lo describiría todo, las oleadas de placer recorriéndome de pies a cabeza, los olores intensos de paraísos perdidos en los que todos los que entran acaban poniendo sus rutinas en juego.
Mis dedos amarillentos sostienen la canuta que encoge mis angustias.
Los compromisos, las angustias y los deseos también se quedan fuera.
 Poder anárquico el de los vicios.
Deseos de que los dedos se vuelvan duros y rígidos al contacto de tus teclas; la obsesión propia de quién se ve y se quiere rebelado contra la propia escena del carromato lleno de cabras malolientes que alguien lleva al mercado como un gran tesoro.
No son culpables los que no conocen el olor a rosas de adorar el del estiércol.

Diario de una Suicida