sábado, 25 de junio de 2016





Ci sono cose nelle quali noi mortali ci perdiamo come un 

vecchio nel posteggio di un grosso centro commerciale.


Stiamo lì, sul filo del rasoio dei minuti persi e delle giornate

che stanno per arrivare.


Quando siamo venuti al mondo a nessuno di noi é stato detto 

che il gioco era questo, che i giorni vengono regalati, mai 

venduti e mai sprecati.


Ho corso come una pazza per cercare di arrivare, per 

stancare così tanto l’altra me che quasi non mi sono accorta

che in questa corsa sono passati cinque anni, di quelli 

importanti, di quelli che ti fanno invecchiare, di quelli che 

fanno marcire gli alberi più grossi.


Sono.


Vengo del freddo e adoro consumarmi sotto un clima caldo

che schiaccia il mondo, che ci rende tutti uguali come la 

morte, come il sesso.



E ti scopo. E mi piaci. Ma non godo. Non con l’anima…

Forse pure le nostre scopate sono solo a metà.



 Ti ho detto che mi ero innamorata di te: forse sono come 

Alice: «que dice que te quiere cuando ya te ha abandonado».



* Corrección: Mirko TB.





jueves, 16 de junio de 2016

Gústame !!!!!






Son desas ás que lles gusta beber cervexa, chupitos e queimar pitillos:

Xuntarse con descoñecidos  e desface-lo mundo.

Gústame desbocarme cando se me sae a alma do pelexo,

E que os días de choiva sirvan para ir de charco en charco,
con catiúscas vellas.

Ir de festi e poñerlle nome ós meus tenis;

Que ninguén me diga quen son nin o que teño que facer.

Gústanme os vestidos lilas, as saias curtas e os pantalóns longos,

Gústame o monte á noite e á alba.

Gozo das posibilidades que se abren ante min cando comezo a saír do túnel.

Gozo de trampear algunha noite e de “mañanear” ó carón de boa xente.


Vivo actos mínimos de rebelión e gravo, a ferro, na miña memoria

ás nenas que dende piollas se poñen firmes sobre as súas pernucas.


Sedúcenme as mentes afiadas coma coitelos, as xentes que loitan,

pola súa vida e pola súa terra.


Adoro verte cada día en pé dicindo “queda moita pedra por picar”.



E a todo o resto do mundo danme ganas de lles dicir berrando:


¿Tí que cona fas?.


martes, 14 de junio de 2016

Sobre débedas e flores



 



Chegaches unha noite fría, cos ollos acugulados de estrelas;

Enchendo de faíscas o mundo, levando contigo

a miña alma que non estaba en venda.

Para ser quen somos non hai palabras no meu libro

Non hai verbas no meu dicionario

para explicarvos como cega esta néboa.

Baleirámonos neste sistema global e globalizado.

Pero aínda así, sen verbas, sigo sendo.

E besbello o teu nome nas fondas corredoiras da noite,

besbello paseniño, repítoo, como única verba redentora imposíbel.

Debúxoo cun dedo no vidro dos autobuses que xa non collo

escríboo no espello do baño cando saio dunha ducha quente,

tatúote na alma dos sen conciencia,

e retumbas nas miñas orellas e no meu peito.


 Besbéllote liberdade

e vocalízote como se aprendera a falar de novo.





domingo, 12 de junio de 2016

Mi Lobo.Tercer Aullido



Y me llegaron noticias, noticias de huida, de un lobo que corría como el viento por no saldar su deuda, por salvar su vida. Una deuda contraída por su estirpe, muchas lunas antes, tantas como siglos, con un brujo que quería dominar la Herida, hacernos siervas y sumisas. 
Hacer olvido de nuestras hierbas, de nuestras danzas, de nuestros encuentros que desde aquel entonces se hacían a escondidas. 
Lanzaba manadas de lobos contra nosotras, las elegidas. Él, aunque poderoso, sin la ayuda del lobo, no nos vencía. Ansiaba borrar nuestras señas, las de la madre artemisa, los conjuros, nuestra herencia de druidas.  

Y él, mi asesino, corría y corría renegando de la línea de su sangre, hacia su estigma, hacia su propia elección de vida. No hallaba ya donde esconderse, ni riachuelo ni cueva le servían de guarida. Lo cercaban los hombres, con hoces y antorchas encendidas. Lo veía cada noche corriendo por la campiña.

Siete días después, entró en nuestro viejo bosque, El Cubierto de los Druidas, tierra sagrada, prohibida para hombres y lobos, prohibida para los que no nos entendían. 

Sus perseguidores quedaron fuera, temerosos de las muchas maldiciones que en ese bosque se cocían. Allí en ese lugar no lo seguirían, tenía hambre, sed y poca experiencia aún en esa vida; no sabía que era ya un prófugo, un condenado, por no ejecutar a la mendiga. Ya no había tiempo, ahora él, me pertenecía, el no haberme matado cuando mandaba la profecía, significaba eso que la sentencia  era  falible que el vaticino del Oráculo Rojo no se cumpliría: matar a la muchacha la noche en que soñase con magas, dientes de lobo, sangre y heridas.

Había que aprender una lección profunda, silenciosa y sencilla: los que encadenan su nombre en el cielo no se exterminan.

Él era el último lobo negro; ella la última descendiente sana de la Herida, cada uno con su cadena, cada uno en su mantra de elegía.

Cayó desmayado al suelo, ni un sólo músculo le respondía, siete ríos, siete sueños en siete días... Pensó que había llegado su hora, cuando su hocico no se alzó del suelo ante la aproximación de una sigilosa sombra, pisando suave la hierba movida por la brisa. Trajo agua fresca que caía suave y lenta por su piel mullida. Durmió horas, tal vez días y yo lo miraba desde el conjuro del agua preguntándome el porqué de todo aquello y si sobreviviría.

En el bosque quedaba sólo una hacedora de pócimas, cansada e intranquila, sus ojos azules se habían hecho ciegos, únicamente sus manos veían.

Tenía hambre, sed y sus patas en carne viva. Se levantó suave, hasta la cola le dolía, y siguiendo el murmullo del río pronto llegó a la orilla. Lentamente avanzó, mojando las patas heridas, soltó un ligero gruñido y cerró los ojos llenos de mariposas encendidas, estuvo quieto un rato, olisqueando el aire, agudizando el oído. Intentando saber cuán lejos estaban los hombres que lo seguían.

Cuando sentí que se alzaba, recogí mis pertenencias, hice un hatillo, apreté la talega estrecha entre mi cuerpo y la camisa de lino, fijé a la cinturilla de mi falda mi puñal, engarzado con piedras del destino, cubrí mi cabeza y cerré mi capa, monté sobre el lomo de la sombra y, rauda, me puse en camino. 

Debía llegar antes, antes de que los hombres ardiesen el bosque, antes de que el lobo volviese y cercenase mi suave cuello con una ira desconocida.


martes, 17 de mayo de 2016

O Falar dos Vellos.





A morte chega e te leva, segura e fera,

Déixate batendo nos camiños do mundo

Abríndoche o peito, sacando para fóra

O aire pútrido mesto.


Ó lonxe fitas e ves o falar dos vellos

E ninguén pensa e ninguén chora como

Choran os nosos nenos; coa alma limpa

Coa vida chea, cos soños enteiros.


E por máis que caian as bágoas

Do silencio, por máis que perdamos

Soñando os soños, todo o que foi certo,

Aínda temos a liberdade de ser lume,

Osíxeno, combustión no medio do cemento.




Mi Lobo. Segundo Aullido



Llegó a mi vida un día cualquiera de febrero, aún cachorro, con unos ojos como el cielo de las noches de invierno; me atormentaba, rondándome, como queriendo cazarme como si entre él y yo hubiese un lazo casi casi perpetuo: una condena tatuada en su pecho; era su lengua la que lo hacía cercano y temido como una tormenta de arena en un desierto.

Rondaba por callejuelas estrechas, por un centro barroco dónde muchas de nosotras estuvimos presas. En esos días caminaba yo todavía libre, inconsciente de mi herencia, del legado de los siglos sobre mis hombros claros y mi lacio pelo.

Él ya me intuía, no atacaba, no corría hacia mi garganta desnuda, ni con las fauces abiertas, ni todavía era hijo de su padre, arma cargada y cierta. Sólo me rondaba, quizá imaginado como sería hacerme su presa.
Fueron noches largas con mañanas serenas, el tiempo era laxo y los sueños sólo sus sueños.
Sus patas se hicieron largas, su hocico inquieto, saltaba por los tejados, aprendiendo mis secretos, su manto fue cambiando y mi cabello creciendo. Lo coronaba ya una estela blanca de invierno. Se hizo adulto y lo llamaron a filas, a cumplir con lo que había sido impuesto. La caza no perdonaba ni a quienes cuyos nombres se enlazaban en el cielo.

Las magas, un día, se me aparecieron en sueños, traían un cuchillo ensangrentado, heridas por su cuerpo y un colmillo marfileño, nítido, que enterraban en un agujero. Estábamos en el monte de mi infancia, rico, pleno y lleno; robles, castaños y abedules se enredaban a la carrera e mi pelo.
Una estrella se hizo fuerte en mi frente y una angustia llenó  mi pecho, a la carrera mis pies descalzos pisaban musgo y helechos; no soñaba evasión, soñaba con él persiguiéndome, no parecía un sueño. Oía el crujir de las ramas, sentí sus patas en mi espalda y rodamos por el suelo. Con la humedad en mi frente se hizo el silencio.

Sus fauces abiertas rozaron mi cuello; ya en el suelo me giré y se abrió mi capa; un hilo de sangre bajó hasta mi pecho y un destello invisible frenó su ataque en seco. Su mirada se clavó en la mía, su lengua recorrió mi cuerpo que olisqueó primero y sin un rasguño se dio la vuelta; un aullido rompió el silencio, me miró en la distancia y entendí mi sueño. Su misión era matarme, acabar conmigo en mi último resuello. ¿Por qué me dejó libre? mi eterna pregunta y mi único consuelo.
Y bajo mi capa púrpura agarré fuerte mi cuchillo, empecé a planear como mis pájaros podían hacerse con su vuelo. Lo siguió mi lechuza, mi ave de noches en vela, la más firme, la que era mi hermana en ese tiempo.

Corrió kilómetros a paso acelerado, ella lo seguía con su aleteo, me llegaron noticias, supe que había cruzado siete ríos, siete sueños.



domingo, 15 de mayo de 2016

Mi lobo. Primer Aullido



Hoy quiero hablaros de él, hoy quiero hablaros del lobo que me sigue y que me acompaña, que se queda a los pies de mi lecho y que siempre, siempre se bebe mis lágrimas.
Quiero contaros como su pelaje oscuro me acurruca en las noches de invierno y como sus fauces son mías en cada batalla. Quiero que sepáis que mi fuerza es su silencio y mi paz su sueño tranquilo, que se anticipa al deseo y a la guerra bailando en torno a mi cuerpo, que el lobo y yo caminamos juntos, muchas veces en silencio. Que va unido a mi alma desde cachorro, desde el primer aullido a la luna de aquel febrero.
Sabe mucho más que yo sobre el deseo, sabe antes que yo misma cuando comenzamos a descender al infierno, y si me paro, me mira directamente a los ojos, diciéndome, sígueme, no temas, no nos vencerán los miedos. El lobo siempre fue lobo, y nunca será otra cosa aunque lo obligue el tiempo. Es la voz interior, es el compañero que te dice sigue hacia delante, sigue, aún cuando no haya nada cierto; mi lobo es huérfano. Es libre y no tiene dueño, es todo lo que no me atrevo a ser cada noche, cada día en el mundo real poético.

Vive como si cada día fuese el último regalo, como si para él no contase el tiempo, le gusta regalar sus pestañas, a todas las que siguen su rastro en las sendas del tiempo. Camina cada noche casi 100 km, a veces a paso largo, otras veces desde el sueño. Está siempre ocupado tejiendo desvelos, desaparece algunas veces, pero nunca por mucho tiempo, siempre recuerda el camino a casa y no le preocupa hacerse viejo.

Mi lobo juega con las hadas de cabello corto y cota de malla, es divertido y escandaloso pero nunca cuando ataca, cae en profundo sueño después de sobrevivir a largas batidas de caza.

Sabe cuáles son las presas, las piezas más deseadas, y en un acto incomprensible, deja con vida a alguna y las hace parte de su manada. Sólo conozco a una, que soy yo misma vestida y desnuda en su mirada.


En las noches claras de luna llena y cálida sube a lo alto del cerro y aúlla como sólo él sabe hacerlo, invocando toda la magia. Tiene cola larga y le gusta andar sucio lleno de recuerdos y palabras, nunca lleva escudo, ni armas que no sean sus danzas. Cuando el lobo baila, lo hace siempre antes de la caza; no da explicaciones, no las ve necesarias, es más sincero con su silencio, y con sus carreras por los montes en cada noche estrellada. Vive en consecuencia a su instinto a él no le importan las otras camadas. Come, duerme y sueña, ronca y ronronea como si supiese que antes que él no hubo ayer y que después de él no habrá mañana. Y esto sólo lo digo ahora, porque antes simplemente lo odiaba.



viernes, 13 de mayo de 2016

Al mirar frente a frente.





Y el vacío ha llegado a tus ojos como una nube infinita

Que apaga la luz de la vida y de la lucha.

Los jardines colgantes de tu sonrisa arden en los ojos de la decadencia.

Aprendes lo que no se puede borrar.

Estos tiempos de ácido discurso queman la falsedad.

No hay redención certera entre tus muslos.


Y floto mecida con las alas de un sueño ardiendo.

Unas manos sostienen el universo manteniendo el orden de la condena.

Suelto al viento mi cabello para poder decir que sigo viva,

Que no me han matado todavía.

Escribo blando;

Escribo suave;

Pienso en ese cadáver


Que cuelga despellejado de mis manos.




jueves, 12 de mayo de 2016

El Pozo


La señora que nunca había sabido conjugar cortinas, sofás y cigarrillos, permanecía mirando con cierta diversión los extraños juegos emocionales que ella misma removía en aquel caldero mágico, que a veces era un vaso, otras una copa o una taza de té. Para ello usaba un cucharón gigante hecho de muchas ensoñaciones que se materializaban cada tarde y cada noche cuando ella decidía aprovechar esa brisa de nordés que venía junto con unas manos frías, o esa cantidad ingente de agua congelada que traían muchos de los que pasaban por su local, o eso que se dejaban los que traían fuego en el alma o el océano en la sangre de tanto respirar salitre.
Removía y removía sin parar al ritmo en el que su cabeza martilleaban recuerdos y poemas, no se llegaba a entender del todo si trascendía la realidad para no caer derrumbada por su propia historia o porque había aprendido que esa era la única forma de poder vivir....
V estaba convencida de que la señora vivía así, removiendo, porque en ella también algo se movía. Ese era su juego, el crear un ritmo parecido a un traqueteo que le diese forma a lo que ella era y que acogiese a los que con sus distintos elementos de origen buscaban conjurar una quinta esencia que los hiciese trascender. Estaba completamente seducida por ese juego extraño que se da entre mujeres que aman más una idea que una realidad.
El muchacho que poco a poco se iba haciendo ya un hombre crecía sin poder evitar quedarse fuera, sin poder evitar que ese jardín frondoso que era su cabeza se fuese inevitablemente quedando seco. Seco de amor, no porque no pudiese amar, no porque no fuese amado, seco simplemente porque para él amar y ser amado eran las mentiras que llevaban al abandono. Porque la pasión nunca se había metido en su sangre hasta secarle las venas. Se estaba quedando seco por dentro y su florida prosa se deshilachaba como esas rosas rojas efímeras que son sólo de temporada. La señora lo había visto crecer y tenía para él grandes planes; un hombre culto y maravilloso que viviese plenamente la materia el aire, el fuego y cómo no...El agua.

V pensaba que la señora quería confirmar que un hombre podía ser como ella, que se podía tener hijos sin traerlos al mundo, y en cierto sentido V también quería creerlo. El pozo era todo lo negro, todo lo rojo y todo lo añil que se creaba ante las múltiples angustias que se exorcizaban entre esas cuatro paredes verdes. El muchacho prometedor fue descubriéndose como un hombre temeroso de sí mismo, un bloqueo hacia sus emociones profundas lo fueron condicionando y alejándolo de V, que si de algo sabía era de emociones profundas y pasiones vibrantes, de años consumidos a mordiscos y placeres devorados hasta la última consecuencia, pero de lo que más sabía era de la lealtad, porque aún a su pesar era leal como lo son las buenas lobas. Llamémosle H, porque no está y porque nunca será más que una letra muda, un silencio concordado y una apariencia vana. Llamémosle H  porque es la letra de su nombre, esa letra que acompaña y que para algunos como A se convierte en fundamental.

domingo, 10 de abril de 2016

Aequitas Veritas

                   

A las que cuando seguimos viviendo, a las que somos, a las que estamos obligadas por principios, por haber sobrevivido a cientos de escaramuzas, siempre nos espera una nueva refriega, un nuevo enfrentamiento, en un ya conocido campo de batalla. Es éste siempre nuestro cuerpo, nuestro entorno y nuestro propio ser. Las que somos hemos aprendido a no temblar ante la ira de lo masculino dominante; no temblamos ya ante los hijos sanos del patriarcado; sabemos que ése es nuestro triunfo, la resistencia. Los miramos a los ojos y les decimos, una y otra vez, con palabras no pronunciadas: " no me vas a doblegar; no me vas a ver mover ni una pestaña". Nos baña su ira, impregnándonos de un dolor antiguo y corrosivo; reminiscencia no olvidada de otras que como nosotras sobrevivieron a la hoguera. Y late fuertemente la conciencia de que la que ama su alma no doblegada va a tener que luchar, a veces a muerte, a veces a primera sangre, pero siempre hasta la última consecuencia, por ella.

El bosque está lleno de monstruos, pero las que somos caminamos con la pestaña del lobo*, escondida en nuestros pliegues; encontrando en ella la fortaleza para resistir en pie frente al pelotón de fusilamiento, ante el asesino difuso**, ante el juicio popular, ante la Santa Inquisición, con la cabeza erguida y la mirada orgullosa.
Será la vida la que se cobre nuestras deudas pero no haremos concesiones. No cederemos ante la humillación, ante el dominio, ni ante el abuso de poder. Y miraremos de nuevo, frente a frente, a la mediocridad y sobreviviremos a la ira del que ha perdido su lugar en el mundo y porque no es nuestro el reino***, aceptaremos el exilio; surcando desiertos, plantando semillas de revuelta, mientras en nosotras quede un aliento de vida, aún cuando entre nosotras y yo misma no exista ni una sola palabra de consuelo.
Las supervivientes tienen el mayor campo de batalla en su yo, en su propia vida.
Sin concesiones, sin entrega de armas, sabemos construir nuestro hogar con las piedras que nos son lanzadas, nuestras corazas transparentes con las palabras escupidas por los que en un último estertor sólo poseen veneno para mantener un status quo que se cae a pedazos irremisiblemente.
Y quién sabe si en medio de esta lucha diaria encontraremos a quienes todavía resisten y quieran resistir con nosotras.
Porque como dijo el poeta, al fin y al cabo, "sólo soy mi libertad y mis palabras"****.
______________________
* Mujeres que corren con lobos. Clarissa Piknola Estés.
** Martín Hache. Adolfo Aristaráin.
*** Noventa y nueve poemas. José Angel Valente.

**** La promoción poética de los 50. José Manuel Caballero Bonald.


jueves, 11 de febrero de 2016

Memento Mori



Somos ausencia;
No somos aire, ni leña,
Ni ya tampoco hijos.
Te describo con la fuerza de la nada,
Te ardo como sueño maldito.
Sólo yo, huyo temblando palabras
Que salen de la sucia lengua
Que arañan  mi dura quijada.
 Y luego letra blanda cuando
Deseas la navaja, el verso,
 La riada. Ni  cielo ni infierno;
Sólo voz cobarde y truncada.
Espejismo, silueta fijada al suelo.
¿Y yo? Yo… aire, ausencia,

Tierra, nunca jamás olvidada.

viernes, 1 de enero de 2016

Hijos De Caín. Palermo.



¿Dónde están todas las palabras que sirven para explicarme a mí delante de todos los que me importan?
 Palermo
 Una noche de Septiembre soñé con un lugar de contrastes, con la obra de un semidiós de resaca, que en  su mejor movimiento sólo dio el espacio justo para soñar; mientras que en el peor, olvidó marcar el horizonte ante ellos, por eso aún hoy esperan la llegada de ese grandioso destino por el que todos creen estar tocados.
Son ellos mismos las réplicas de sus propios dioses hechos de paisaje y aromas imperecederos.
Después de los meses en que me he inundado de este paisaje comprendí que no tenía fin, que probablemente ninguna ciudad lo tenga y que también muy probablemente ningún ser humano quiera morir en ella, pero si por ella.  Para morir yo elegiría Erice, moriría mil veces en ella. Al fin y al cabo, hay quien escoge la barra del bar, un espejo, o el asiento de su coche…
  Pero yo elijo no morir por ahora. Buscar dentro de mí y encontrar quién y que no es infierno, y hacer aquello que decía, Polo y vivir como si fuese a morir mañana, buscando más sitios donde podría morir mil veces, llevando lo justo y cargando conmigo misma, que no es poco. 
Cuando encontré ese lugar lo supe, lo entendí, y grite al aire abriendo los brazos:
      - ¡Viví!...
      - ¡Se que me oyes!, ¡Viví!
 Y cierto que viví, me agarré a la vida como un pájaro que coge una corriente de aire, y volé. Volé tan alto que no quise volver; me atravesaron todos los vientos y sólo recordé el siroco, que giraba y bailaba  entre mis piernas y me arrugaba la cara, que me regalaba eternas insinuaciones de África, de Turquía y del mar más antiguo y atravesado.
 Y cuando me desperté habían pasado 10 meses. Todo esto podría haber sido un sueño, pero al día siguiente, cuando abrí los ojos tenía hasta  certificados que lo hacían real.   Lo único  que sucedió es que después de eso en mi cabeza ya no quedaban canciones.
    Sólo se puede escribir sobre lo que está muerto.
      Que la pluma se vacíe en mi vena,
      Que la tinta se seque en mis ojos y
      Que el viento no remueva  la verdad primera…
     Un poema, un verso… 
Desde mi última visita a esa estación del siglo XIX no hago otra cosa que buscar ese poema, ese verso, esa palabra que me devuelva a ese momento y lo haga soportable, infinito…. Nuestra despedida fue una foto en blanco y negro, desteñida, poco a poco, por los bordes, carcomida como mi ilusión.
  La pasión es un estado mental, como el erotismo, y escribo sobre esto para rodear los dos momentos; el encuentro y la despedida.  Se me revuelve el alma en el pellejo. Quisiera poder vomitar sin parar todos esos sentimientos  interiorizados de una vez, poder cerrar esa puerta, cambiar ese destino. Como Ulises cuando lo expulsan de Lesbos, pero sin ser Ulises y sin tener a mis pies  ningún reino.
 Que el sumiso es el que manda, que la paz es mentira, que todo me da igual y que tú eres lo que esperaba.  Te vi, me viste y creció la hierba sobre mí y me nacieron todos los mares y me calentó el mismo sol de hace siglos, al final la tierra quemada sólo sirve para desprender calor.  
Qué triste que esto tampoco me sorprenda, que triste ser siempre para una batalla perdida que siempre se lleva el olvido. Es extraño haber tenido y perder.
Los sueños después de todo parece que no son gratis, que se pagan se pagan caros, a precio de morir de frío: Un día te quedas parado en medio de una calle, mientras el mundo se da la vuelta como cuando se arranca la piel de un conejo.  En ese instante es falso que muramos, que se te derrumbe el mundo…Todo eso no es cierto, lo que realmente sucede es que no estás, porque tu alma explota, ya no está; es como un viaje, sólo que los contornos desaparecen  sin más, no se difuminan.
O quizá sí; si después de eso eres capaz de recordar las patitas suaves del conejo despellejado que tú estabas agarrando, mientras el mundo se daba la vuelta.
  Nuestra habitación alquilada en el paraíso no poseía ni calefacción ni aire acondicionado, aquel año el invierno había sido suave, y el calor llegó con ímpetu a nuestras vidas. Recuerdo que durante esos días el mundo se reducía a comer y reposar, hasta que la noche permitiese caminar, moverse... 

Me desperté pegajosa del sudor de nuestros cuerpos desnudos, el calor era ya bastante fuerte, eran más de las doce del mediodía y la habitación era un horno. Cuando me moví y comencé a ponerme el pareo azul, tiraste de mí con suavidad, hasta sentarme sobre tus piernas; inmediatamente sentí como el aire que entraba por la ventana comenzaba a tener el mismo ritmo que la sangre arremolinándose entre mis piernas; tu polla hinchada me anunciaba el reto de tu piel; como un gesto instintivo y milenario mis piernas e abrieron y mis caderas se colocaron sobre las tuyas. Mientras te desataba la coleta tú apretabas tu cara contra mi pecho. Casi sin darme cuenta mi pareo caía al suelo y comenzabas a hacérmelo suavemente hasta quedar clavada a ti.  Poco a poco tus manos comenzaron a mover mis caderas y mi cuerpo se balanceó una y otra vez entre la luz y la sombra del balcón abierto. Al ponerte de pié conmigo sobre ti, fue extraño, caí sobre el colchón y mi espina dorsal se contorneaba como una serpiente, y mi viaje  comenzó a ser hacia dentro. Recuerdo mirarte y ver como tu cara se convertía en corteza de árbol y mi cuerpo en piedra de río. En uno de los primeros orgasmos clavé las uñas a tu nuca, y me vi volando en un valle, luego vi una mirada de no sé quién en un bar, y lo siguiente que recuerdo es a nosotros dos en la bañera de agua helada y una sensación terrible de no estar.