martes, 10 de septiembre de 2019

Cuarenta y un día.





Nunca me extraño al verte al fondo del bar.


Cuando nos hicimos viejos, ya no supimos flotar.

Nos compramos bolsitas blancas contra la humedad,

para fingir que no duelen los huesos,

que las risas, los besos, son de verdad.


Y la palabra a deshora, pugna por salir.

Mientras mis ojos siguen secos,

despinto miradas de mar para ti.


Despeino la estela que dejo al pasar.

Fingimos que no duelen los huesos,

que las risas, los besos, son de verdad.



Será que ya no queremos volar,

cansados de noches en vela,

de sueños a medio soñar. 


Y al nacer el día, de nuevo, un reto,

un cigarro, un verso y vuelta a empezar,

a ras de suelo, siempre sin pestañear,

despeino la estela que dejo al pasar,

despinto miradas de mar para mí.