viernes, 1 de enero de 2016

Hijos De Caín. Palermo.



¿Dónde están todas las palabras que sirven para explicarme a mí delante de todos los que me importan?
 Palermo
 Una noche de Septiembre soñé con un lugar de contrastes, con la obra de un semidiós de resaca, que en  su mejor movimiento sólo dio el espacio justo para soñar; mientras que en el peor, olvidó marcar el horizonte ante ellos, por eso aún hoy esperan la llegada de ese grandioso destino por el que todos creen estar tocados.
Son ellos mismos las réplicas de sus propios dioses hechos de paisaje y aromas imperecederos.
Después de los meses en que me he inundado de este paisaje comprendí que no tenía fin, que probablemente ninguna ciudad lo tenga y que también muy probablemente ningún ser humano quiera morir en ella, pero si por ella.  Para morir yo elegiría Erice, moriría mil veces en ella. Al fin y al cabo, hay quien escoge la barra del bar, un espejo, o el asiento de su coche…
  Pero yo elijo no morir por ahora. Buscar dentro de mí y encontrar quién y que no es infierno, y hacer aquello que decía, Polo y vivir como si fuese a morir mañana, buscando más sitios donde podría morir mil veces, llevando lo justo y cargando conmigo misma, que no es poco. 
Cuando encontré ese lugar lo supe, lo entendí, y grite al aire abriendo los brazos:
      - ¡Viví!...
      - ¡Se que me oyes!, ¡Viví!
 Y cierto que viví, me agarré a la vida como un pájaro que coge una corriente de aire, y volé. Volé tan alto que no quise volver; me atravesaron todos los vientos y sólo recordé el siroco, que giraba y bailaba  entre mis piernas y me arrugaba la cara, que me regalaba eternas insinuaciones de África, de Turquía y del mar más antiguo y atravesado.
 Y cuando me desperté habían pasado 10 meses. Todo esto podría haber sido un sueño, pero al día siguiente, cuando abrí los ojos tenía hasta  certificados que lo hacían real.   Lo único  que sucedió es que después de eso en mi cabeza ya no quedaban canciones.
    Sólo se puede escribir sobre lo que está muerto.
      Que la pluma se vacíe en mi vena,
      Que la tinta se seque en mis ojos y
      Que el viento no remueva  la verdad primera…
     Un poema, un verso… 
Desde mi última visita a esa estación del siglo XIX no hago otra cosa que buscar ese poema, ese verso, esa palabra que me devuelva a ese momento y lo haga soportable, infinito…. Nuestra despedida fue una foto en blanco y negro, desteñida, poco a poco, por los bordes, carcomida como mi ilusión.
  La pasión es un estado mental, como el erotismo, y escribo sobre esto para rodear los dos momentos; el encuentro y la despedida.  Se me revuelve el alma en el pellejo. Quisiera poder vomitar sin parar todos esos sentimientos  interiorizados de una vez, poder cerrar esa puerta, cambiar ese destino. Como Ulises cuando lo expulsan de Lesbos, pero sin ser Ulises y sin tener a mis pies  ningún reino.
 Que el sumiso es el que manda, que la paz es mentira, que todo me da igual y que tú eres lo que esperaba.  Te vi, me viste y creció la hierba sobre mí y me nacieron todos los mares y me calentó el mismo sol de hace siglos, al final la tierra quemada sólo sirve para desprender calor.  
Qué triste que esto tampoco me sorprenda, que triste ser siempre para una batalla perdida que siempre se lleva el olvido. Es extraño haber tenido y perder.
Los sueños después de todo parece que no son gratis, que se pagan se pagan caros, a precio de morir de frío: Un día te quedas parado en medio de una calle, mientras el mundo se da la vuelta como cuando se arranca la piel de un conejo.  En ese instante es falso que muramos, que se te derrumbe el mundo…Todo eso no es cierto, lo que realmente sucede es que no estás, porque tu alma explota, ya no está; es como un viaje, sólo que los contornos desaparecen  sin más, no se difuminan.
O quizá sí; si después de eso eres capaz de recordar las patitas suaves del conejo despellejado que tú estabas agarrando, mientras el mundo se daba la vuelta.
  Nuestra habitación alquilada en el paraíso no poseía ni calefacción ni aire acondicionado, aquel año el invierno había sido suave, y el calor llegó con ímpetu a nuestras vidas. Recuerdo que durante esos días el mundo se reducía a comer y reposar, hasta que la noche permitiese caminar, moverse... 

Me desperté pegajosa del sudor de nuestros cuerpos desnudos, el calor era ya bastante fuerte, eran más de las doce del mediodía y la habitación era un horno. Cuando me moví y comencé a ponerme el pareo azul, tiraste de mí con suavidad, hasta sentarme sobre tus piernas; inmediatamente sentí como el aire que entraba por la ventana comenzaba a tener el mismo ritmo que la sangre arremolinándose entre mis piernas; tu polla hinchada me anunciaba el reto de tu piel; como un gesto instintivo y milenario mis piernas e abrieron y mis caderas se colocaron sobre las tuyas. Mientras te desataba la coleta tú apretabas tu cara contra mi pecho. Casi sin darme cuenta mi pareo caía al suelo y comenzabas a hacérmelo suavemente hasta quedar clavada a ti.  Poco a poco tus manos comenzaron a mover mis caderas y mi cuerpo se balanceó una y otra vez entre la luz y la sombra del balcón abierto. Al ponerte de pié conmigo sobre ti, fue extraño, caí sobre el colchón y mi espina dorsal se contorneaba como una serpiente, y mi viaje  comenzó a ser hacia dentro. Recuerdo mirarte y ver como tu cara se convertía en corteza de árbol y mi cuerpo en piedra de río. En uno de los primeros orgasmos clavé las uñas a tu nuca, y me vi volando en un valle, luego vi una mirada de no sé quién en un bar, y lo siguiente que recuerdo es a nosotros dos en la bañera de agua helada y una sensación terrible de no estar.