¿Dónde están todas las palabras que sirven para
explicarme a mí delante de todos los que me importan?
Palermo
Una
noche de Septiembre soñé con un lugar de contrastes, con la obra de un semidiós
de resaca, que en su mejor movimiento
sólo dio el espacio justo para soñar; mientras que en el peor, olvidó marcar el
horizonte ante ellos, por eso aún hoy esperan la llegada de ese grandioso
destino por el que todos creen estar tocados.
Son ellos mismos las réplicas de sus propios
dioses hechos de paisaje y aromas imperecederos.
Después de los meses en que me he inundado de
este paisaje comprendí que no tenía fin, que probablemente ninguna ciudad lo
tenga y que también muy probablemente ningún ser humano quiera morir en ella,
pero si por ella. Para morir yo elegiría
Erice, moriría mil veces en ella. Al fin y al cabo, hay quien escoge la barra
del bar, un espejo, o el asiento de su coche…
Pero yo
elijo no morir por ahora. Buscar dentro de mí y encontrar quién y que no es
infierno, y hacer aquello que decía, Polo y vivir como si fuese a morir mañana,
buscando más sitios donde podría morir mil veces, llevando lo justo y cargando
conmigo misma, que no es poco.
Cuando encontré ese lugar lo supe, lo entendí,
y grite al aire abriendo los brazos:
- ¡Viví!...
-
¡Se que me oyes!, ¡Viví!
Y cierto
que viví, me agarré a la vida como un pájaro que coge una corriente de aire, y
volé. Volé tan alto que no quise volver; me atravesaron todos los vientos y
sólo recordé el siroco, que giraba y bailaba
entre mis piernas y me arrugaba la cara, que me regalaba eternas
insinuaciones de África, de Turquía y del mar más antiguo y atravesado.
Y cuando
me desperté habían pasado 10 meses. Todo esto podría haber sido un sueño, pero
al día siguiente, cuando abrí los ojos tenía hasta certificados que lo hacían real. Lo único
que sucedió es que después de eso en mi cabeza ya no quedaban canciones.
Sólo
se puede escribir sobre lo que está muerto.
Que
la pluma se vacíe en mi vena,
Que
la tinta se seque en mis ojos y
Que
el viento no remueva la verdad primera…
Un
poema, un verso…
Desde mi última visita a esa estación del siglo
XIX no hago otra cosa que buscar ese poema, ese verso, esa palabra que me
devuelva a ese momento y lo haga soportable, infinito…. Nuestra despedida fue
una foto en blanco y negro, desteñida, poco a poco, por los bordes, carcomida
como mi ilusión.
La
pasión es un estado mental, como el erotismo, y escribo sobre esto para rodear
los dos momentos; el encuentro y la despedida.
Se me revuelve el alma en el pellejo. Quisiera poder vomitar sin parar
todos esos sentimientos interiorizados
de una vez, poder cerrar esa puerta, cambiar ese destino. Como Ulises cuando lo
expulsan de Lesbos, pero sin ser Ulises y sin tener a mis pies ningún reino.
Que el
sumiso es el que manda, que la paz es mentira, que todo me da igual y que tú
eres lo que esperaba. Te vi, me viste y
creció la hierba sobre mí y me nacieron todos los mares y me calentó el mismo
sol de hace siglos, al final la tierra quemada sólo sirve para desprender
calor.
Qué triste que esto tampoco me sorprenda, que
triste ser siempre para una batalla perdida que siempre se lleva el olvido. Es
extraño haber tenido y perder.
Los sueños después de todo parece que no son
gratis, que se pagan se pagan caros, a precio de morir de frío: Un día te
quedas parado en medio de una calle, mientras el mundo se da la vuelta como
cuando se arranca la piel de un conejo.
En ese instante es falso que muramos, que se te derrumbe el mundo…Todo
eso no es cierto, lo que realmente sucede es que no estás, porque tu alma
explota, ya no está; es como un viaje, sólo que los contornos desaparecen sin más, no se difuminan.
O quizá sí; si después de eso eres capaz de
recordar las patitas suaves del conejo despellejado que tú estabas agarrando,
mientras el mundo se daba la vuelta.
Nuestra
habitación alquilada en el paraíso no poseía ni calefacción ni aire
acondicionado, aquel año el invierno había sido suave, y el calor llegó con
ímpetu a nuestras vidas. Recuerdo que durante esos días el mundo se reducía a
comer y reposar, hasta que la noche permitiese caminar, moverse...
Me desperté pegajosa del sudor de nuestros
cuerpos desnudos, el calor era ya bastante fuerte, eran más de las doce del
mediodía y la habitación era un horno. Cuando me moví y comencé a ponerme el
pareo azul, tiraste de mí con suavidad, hasta sentarme sobre tus piernas;
inmediatamente sentí como el aire que entraba por la ventana comenzaba a tener
el mismo ritmo que la sangre arremolinándose entre mis piernas; tu polla
hinchada me anunciaba el reto de tu piel; como un gesto instintivo y milenario
mis piernas e abrieron y mis caderas se colocaron sobre las tuyas. Mientras te
desataba la coleta tú apretabas tu cara contra mi pecho. Casi sin darme cuenta
mi pareo caía al suelo y comenzabas a hacérmelo suavemente hasta quedar clavada
a ti. Poco a poco tus manos comenzaron a
mover mis caderas y mi cuerpo se balanceó una y otra vez entre la luz y la
sombra del balcón abierto. Al ponerte de pié conmigo sobre ti, fue extraño, caí
sobre el colchón y mi espina dorsal se contorneaba como una serpiente, y mi
viaje comenzó a ser hacia dentro.
Recuerdo mirarte y ver como tu cara se convertía en corteza de árbol y mi
cuerpo en piedra de río. En uno de los primeros orgasmos clavé las uñas a tu
nuca, y me vi volando en un valle, luego vi una mirada de no sé quién en un
bar, y lo siguiente que recuerdo es a nosotros dos en la bañera de agua helada
y una sensación terrible de no estar.
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