Quieren que aceptemos sus
normas a cambio
de migajas de cariño y apoyo.
Quieren, algunos hombres,
algunas familias y
todas las sociedades que seamos la respuesta
correcta, el icono representativo
de mujer que
se han inventado.
Pretenden que con un te
quiero condicionado
seamos incondicionales; que asumamos que
por nuestro rol tenemos que
proyectar su idea de
madre, su idea de “lo correcto”.
Lo que entienden como perfección.
madre, su idea de “lo correcto”.
Lo que entienden como perfección.
No soportan que nos
rebelemos, que saquemos a la luz, cuando lo que somos choca con
ellos, sus miserias y sus
limitaciones.
Es en ese momento cuando
atacan por donde duele, cuando te condenan al silencio, o te
señalan con el dedo gordezuelo de cura medival.
Hay infinidad de
variantes.
Entonces tú, mujer, te
das cuenta de que no te conocen realmente y que esa parte de ti,
que
te hace ser lo que eres y no otra
cosa, no la han visto.
Probablemente han
visto tu pelo, tus ojos brillantes o cualquier otra parte de ti que
te
identifica pero que no te define.
Han visto lo que no es tu esencia.
Descubres que su
querer, su apoyo, a parte de ser condicional, es también
condicionante.
Y retomas el camino para
poder seguir en tu piel; te reafirmas en esa esencia que no ven,
que
no entienden.
Te rebelas una vez más,
te pones tus bragas de feminista adulta y el chubasquero amarillo
de : “me resbala” para obviar
las frases lapidarias como: “Eso no es propio de ti”, “siempre
estás igual”(por decir dos).
Y mientras vas con tu
chubasquero amarillo y tus bragas de feminista, tienes la suerte de
encontrar a otras personas que sí te
ven, que miran de frente y no de reojo, y te apoyan y
te reafirman y
te lo dicen, con o sin
palabras, y eso hace que te sientas menos inadecuada,
más tú, más
libre.
Estas personas son las
que hacen que la vida valga un poco más la alegría y no la pena.
Porque como leí por ahí
no hace mucho, y ahora versiono:
“No buscamos quien nos bese en
París, buscamos a quien nos ame
en Vietnam”.
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